En los cuentos de Edith Nesbit hay dragones de todo tipo, tamaños y formas: de hielo, de fuego o de piedra, diminutos y gigantescos, los hay salvajes, domesticados y serviciales. No son, desde luego, los típicos dragones que vendrían después. Incluso nos encontramos con el último de los dragones que, cansado de los maliciosos comentarios de la gente —“si contamos con tantas máquinas, ¿para qué sirven los dragones?”—, pidió convertirse en el primer aeroplano.

Las historias de Nesbit son una imaginativa combinación de fantasía y vida cotidiana, modernidad y tradición, humor y crítica social, donde los niños que protagonizan sus relatos se ven envueltos en situaciones comprometidas en las que siempre se tendrán que ver las caras con alguno de estos peculiares dragones.

Antes de que C. S Lewis o Tolkien popularizasen el género de la fantasía, esta escritora británica, miembro de la Sociedad Fabiana, supo combinar en sus cuentos elementos procedentes de diferentes tradiciones y recuperar la figura del dragón como un personaje clave de sus historias, a veces extemporáneo, en un mundo cambiante donde la gasolina, la luz eléctrica, la escuela y las oficinas de correo comenzaban a formar parte de la cotidianidad.