Entrevistamos al escritor Santiago Sastre

Santiago Sastre Ariza es doctor en Derecho por la Universidad de Castilla-La Mancha y profesor titular en la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de Toledo. Como escritor es bastante prolífico y aborda distintos géneros: más de diez libros de poesía publicados (con su poemario Poeta en Jamón York ganó el XIII premio de poesía León Felipe en 2014); novelas policíacas como Mazapán amargo (2010) o Carcamusas de la muerte (2018); cuentos infantiles como El Greco y el amarillo gruñón (2014); teatro como Ni temeré a las fieras (2019); y ensayo Raíces históricas de san Juan de la Cruz (2011).

¿Qué libro o libros te han gustado más últimamente? ¿Por qué?

Me han gustado mucho los dos últimos libros del novelista Rubén Abella. Me encanta cómo diseña el argumento de sus obras, cómo entrelaza el destino de diferentes personas que no se conocen y son empujadas a encontrarse por la fuerza del azar. Eso ocurre en Ictus, publicada en 2020. Y también he gozado leyendo Quince llamadas perdidas, un libro de relatos cortos con el que consiguió el premio literario Kutxa-Ciudad de San Sebastián. Me ha gustado tanto este autor (que quedó finalista del premio Nadal en 2009 con un delicioso libro: El libro del amor esquivo) que he leído toda su obra.

También he leído el poemario Toda la violencia de Abraham Guerrero, con el que ha ganado el último premio Adonáis. Me interesan los temas que aborda en los poemas (sus experiencias cotidianas, que son también las de los jóvenes de su generación; por ejemplo, sus problemas para encontrar trabajo y, por no tener recursos económicos, las dificultades para tener hijos) y cómo maneja la fuerza de la expresión poética.

Y me ha encantado el último poemario (es prosa poética) de María Antonia Ricas. Se titula Aprendiendo la lengua de los pájaros. Está repleto de muchas referencias culturales al mundo de los pájaros y cuenta con unas poderosas imágenes literarias.

¿Qué género literario prefieres leer habitualmente?

¡Me gustan todos! Leo teatro, poesía, novela, ensayo… Para que una novela me enganche con su largo recorrido debe tener un argumento atractivo y una prosa seductora, de lo contrario no tengo ningún reparo en abandonarla. Leo muchísima poesía (que es la madre de la que nace la literatura, no hay que olvidarlo), que es lo que más escribo. Estoy muy pendiente de las novedades literarias que se publican y sobre todo de lo que escriben los jóvenes. También ensayos, en especial cuando abordan temas que me interesan (sobre todo literatura y filosofía). Y de vez en cuando leo teatro; me fascina esa habilidad para enganchar con el lector a través del diálogo. En mi biblioteca tengo una sección dedicada al teatro (conservo como un pequeño tesoro los pequeños volúmenes que editaba Escelicer). Últimamente leo muchos diarios y libros de pensamientos y aforismos, porque me gusta ese reflejo de la verdad de la vida tal cual y esa manera de saltar de un tema a otro.

No soy lector de un solo libro. Siempre tengo cinco o seis entre manos.

¿Quién o quiénes son tus autores preferidos?

Por un lado están los autores clásicos, a los que vuelvo constantemente. Ya decía Calvino que un clásico es aquel que no termina nunca de decir lo que tiene que decir (por eso conviene releerlos de vez en cuando). Hay clásicos cuya lectura se aprovecha solo en concretas etapas de la vida. Incluso diré que me gusta leer los clásicos adaptados para jóvenes; en este formato acabo de leer, precisamente, la Odisea en la versión de Rosa Navarro.

Lo que más abunda en mi biblioteca es la poesía (tengo especial predilección por los autores de la Generación del 27) y la novela española. También hay un notable protagonismo de la novela negra. Por ejemplo tengo todo Francisco González Ledesma y Manuel Vázquez Montalbán. También todo lo que escribió Ignacio García-Valiño, al que un tumor cerebral se lo llevó en 2014 cuando contaba con 46 años. Por supuesto, me encanta la prosa maestra de Delibes, la provocación de Cela, la locura de Fernando Arrabal (profeso una especial predilección por La torre herida por el rayo con el que ganó el premio Nadal), la agudeza sabia de Savater, la cotidianeidad poética de Luis Alberto de Cuenca, la argumentación filosófica de Javier Gomá, el ingenio de Antonio Gala… ¡Son tantos! Y, por supuesto, tengo muchos amigos escritores a los que admiro y sigo con devoción. Intento estar al tanto de todas las novedades literarias, y en especial de lo que se escribe en Toledo.

En mi biblioteca hay tres clases de libros: 1.- los que he leído y quiero que me acompañen, 2.- los que tengo, pero para consultar o para leer fragmentos, y 3.- los que no voy a leer pero por alguna razón (por su temática o por su autor) quiero que me acompañen. La falta de espacio en las estanterías hace que cada libro tenga que pasar un riguroso examen para ganarse el puesto.

No me gusta decir que un libro es malo, porque se puede ofender la persona (siempre hay alguna) a la que le guste. Es mejor afirmar: “Este libro no es para mí” y liberarlo con la esperanza de que encuentre a su lector. Cada libro tiene su destino y ya dijo Plinio que no hay libro tan malo que no tenga algo bueno. No todo está en los libros, pero casi. Es más importante la vida que los libros, pero por los pelos. Gran parte de lo que soy se lo debo a los libros que he leído, que han amueblado mi mundo interior. Asumo que si soy profesor es solo (y solo) por la cantidad de libros que he leído. Pero soy un alumno perenne, pues el aprendizaje no termina nunca. Esto supone que el conocimiento conlleva una actitud de humildad que reflejó muy bien Sócrates con su “solo sé que no sé nada”: por mucho que se sepa siempre es mucho más lo que falta por saber.

Háblanos de tu último libro publicado…

Los último que he publicado es un poemario que se titula A cuerpo gentil. Se hicieron pocos ejemplares (no más de cincuenta), no hubo ni siquiera presentación y apenas ha tenido difusión. Me duele que se preste poca atención a la cultura, sobre todo que la prensa no se haga eco de las publicaciones de los autores de aquí y que los libros no estén al alcance de los lectores en las bibliotecas públicas. Pero al final uno se acostumbra a este ninguneo silencioso.

Con motivo de la pandemia tengo varios proyectos acabados que espero que pronto vean la luz. Por ejemplo, un librito titulado Amansar el hierro sobre la vida y la obra del escultor Gabriel Cruz Marcos. También la tercera novela negra protagonizada por el detective privado Augusto Alpesto, que se titulará Bolo feroz, que arranca con el descubrimiento de un cadáver cuando unos albañiles reforman una casa en el casco histórico de Toledo. Un libro de pensamientos que lleva por título La última camisa de Machado (cuando llegó a Colliure solo tenía una camisa y cada vez que la lavaba no podía bajar al salón del hostal a comer si no le prestaban otra) y, por último, también trabajo en un poemario que aún carece de título.

Tengo que decir otra cosa. En Toledo no contamos con premios que potencien la creación literaria (como en Guadalajara, por ejemplo), ni hay revistas literarias donde dar a conocer nuestros textos (como la revista Barcarola de Albacete), ni servicios que promocionen la publicación de libros (como la excelente labor que hace la Diputación de Ciudad Real con la Biblioteca de Autores Manchegos). Esa es la cruda realidad. La mayoría de las veces los autores tienen que costearse la edición de sus libros. La Diputación de Toledo podría articular la publicación de alguna revista y activar un servicio de publicaciones que facilitara la edición de libros (no solo de trabajos sobre la historia de Toledo, que aquí es lo que se estila). Por pedir que no quede.

¿Estás trabajando en algún nuevo proyecto literario?

Como dije antes, estoy con un poemario, que no sé cuándo acabaré. Nunca dejo de escribir poemas. Mis poemarios no tienen una unidad temática; se limitan a recoger todos los textos que he escrito durante una concreta temporada. Una vez Mario Paoletti me dijo que un poemario debe tener como mínimo 50 poemas y eso lo sigo al pie de la letra, aunque ahora intento que los poemarios sean un poco voluminosos.

He terminado la primera versión de una novela breve que por ahora se titula Camatorio o necesidad de tener una cama, en la que la cama es la principal protagonista. Y estoy tomando notas para un libro de reflexiones y pensamientos que abordaré este verano. Tengo dos poemarios guardados en un cajón: el primero es una recopilación de mis poemas religiosos (con algunos nuevos) y el otro es un breve diccionario de palabras japonesas que no tienen traducción al castellano. También tengo varios cuentos para niños (sobre una i que pierde su puntito, sobre una rebelión de los animales que viven alrededor del río Tajo para protestar por su triste estado acloacado, sobre las aventuras de unas gafas…) y una obra de teatro titulada Murió el perro y empezó la rabia. Pero estos trabajos posiblemente no salgan, se queden en mi ordenador.

Hace tiempo publiqué con mucha ilusión el cuentecito ilustrado El Greco y el amarillo gruñón para dar a conocer la figura del Greco entre los niños y con una historia en favor de la amistad (el amarillo no quería unirse al rojo para formar el naranja y por eso era gruñón). Más tarde publiqué, ya para niños de más edad, Bigo y Bolo. Dos gatos en Toledo con el fin de que los chavales leyeran historias que se desarrollan en las calles de Toledo y para que se iniciaran en el conocimiento de la historia de Toledo. Pero estos libros apenas han circulado. Y eso que me acerqué a algunos colegios a regalar ejemplares por si conseguía que se animaran a leerlos. Pero, además de pasar mucha vergüenza, todo fue en vano. No sirvió para nada.

Pero esto no me amarga ni me desanima a la hora de escribir; ya me he acostumbrado a ser feliz en la pequeña pecera en la que me muevo.

¿Qué te inspira para escribir?

Fundamentalmente dos cosas: lo que vivo y lo que leo. Lo primero es todo lo que me rodea: mis experiencias, mis sueños, lo que me cuentan, lo que oigo, las películas que veo… Quizá la principal fuente de inspiración es la lectura. Sin leer no podría escribir. Yo no me pongo a escribir sin tener previamente pensadas las ideas o los argumentos. Cada poema tiene un tema que se desarrolla en el poema, como si fuese un microrrelato. Y cada novela tiene estructurado un argumento a modo de columna vertebral. Intento que lo que escribo sea emocionante, logre conmover al lector, no solo le divierta (para eso tenemos la televisión, aunque a veces ni eso; hay que recordar aquella frase célebre de Groucho Marx: “Cada vez que enciendo la televisión me dan ganas de leer un libro”), sino que lo atrape y lo lleve de la mano a un mundo en el que goce y aprenda. Intento escribir los libros que a mí me gustaría leer.

Se suele decir que no todo es poesía, pero que cualquier cosa puede encontrarse en un poema. Y creo que es verdad, que es posible dar un barniz de belleza a cualquier cosa. He escrito poemas sobre un clip, un marcapáginas, el sudor, el semen, la menstruación, incluso al hecho de defecar (así figura en mi poemario Hablando de la vida con mis jugos gástricos, poniendo el acento en el donoso escrutinio que hace el cuerpo entre lo que aprovecha y lo que desecha). En mis novelas negras me gusta mucho acentuar la fuerza del dialogo y el empleo del lenguaje coloquial. Suelo añadir temas curiosos (de filosofía, de literatura, de la historia de Toledo, de cine…) para dar a la novela un toque ensayístico, para que no sea solo puro y duro argumento. También es destacada la presencia del sexo, que trato de abordar con belleza y lirismo. No me preocupa que lo que narro sea verosímil o se ajuste al cien por cien a la realidad, porque lo que yo hago es literatura, no sociología ni periodismo. Muchos escritores han perdido calidad literaria por ajustarse a la sosa y chata realidad. Y, por supuesto Toledo está muy presente en todo lo que escribo.

¿Cómo puede la literatura ayudar en estos difíciles momentos?

La literatura, y la cultura en general, nos ha ayudado mucho en este tiempo triste, de pocas relaciones sociales y de reclusión en casa. Nunca como ahora hemos encontrado en un libro una forma de viajar, de soñar, de echar tres en uno a las articulaciones de la sensibilidad, de acercarnos a la belleza. Hace mucho tiempo que no estoy cerca del mar y puedo afirmar que los libros han sido como la playa a lo que no he podido ir. Los libros han contribuido a vivir más y mejor. Y nos han salvado de la vida de afuera: la que encontrábamos al salir de nuestras casas (todos a unos metros y parapetados con las mascarillas) y a la cantinela triste de los telediarios.

La cultura no nos ayuda a tener sino a ser, a saber vivir. Y eso es algo importantísimo. Yo creo que la pandemia ha supuesto la revalorización de la cultura como algo de primera necesidad, tanto o más como la comida. Por eso no entendía que abrieran los supermercados y, sin embargo, cerraran las bibliotecas. Y por eso ahora me alegra que se debata sobre la necesidad de abrir las bibliotecas municipales no solo por la tarde sino también por las mañanas. Las bibliotecas son templos de sabiduría, hospitales para el alma, lugares en los que conseguir felicidad y potenciar la creatividad. Es muchísimo más que un sitio en el que se almacenan libros: es un lugar patrimonio de la humanidad, como deberían serlo también los museos. El derecho a la cultura no se comprende sin la existencia de bibliotecas públicas.

También pienso que esta pandemia (que muestra cómo un bichejo es capaz de poner al borde del peligro de extinción a nuestra especie) ha hecho que muchos cambiemos nuestra mirada sobre el hecho de vivir, en el sentido de resaltar lo que más importa. Ir con más lentitud, valorar más la familia, dar al trabajo el tiempo justo para conseguir los recursos que se necesitan para vivir, encontrar reposo en la naturaleza; en definitiva, disfrutar de las pequeñas cosas que engrandecen el alma. Yo creo que el capitalismo (el conseguir más y más dinero y aprovechar el tiempo como sea) y el mundo de las tecnologías (la caverna platónica que hemos construido con los ordenadores y los móviles) nos han alejado de la sencillez de la vida y nos han creado falsas necesidades. ¿Es que no somos más felices si vivimos de forma más sencilla? Por eso pienso que conviene cambiar y vivir de una manera más humana, más reconciliadora con la naturaleza, más calmada, más consciente de nuestra propia contingencia (siempre nos acompaña la sombra de la muerte), más enfocada hacia la búsqueda de la belleza. Y en esto último la cultura (y con ella la literatura) ha desempeñado un papel decisivo.