Cuando Mariano Sigman era un niño vio cómo su hermano mayor regresaba a casa con una medalla de oro después de vencer en una carrera. Al año siguiente, llegó su turno. Estaba convencido de que seguiría sus pasos. Pero los acontecimientos no sucedieron cómo él esperaba. La carrera fue un desastre, acabó vomitando y terminó el último. Entonces se dijo que el deporte no era para él. Y así fue durante años, hasta que después de sufrir un percance de salud, con casi cincuenta años, se hizo con una bicicleta y comenzó a pedalear como un loco. Comenzó a subir asiduamente en bicicleta a la Morcuera, hasta que se marcó el retó de realizar la ascensión en menos de 35 minutos. Cuando lo logró fue consciente del tiempo que había perdido.

Durante mucho tiempo pensó que “el deporte no era para él”. Se había construido una imagen de sí mismo inalterable, construida con un discurso que como un mantra tóxico se repitió desde niño. Ese es el poder que tienen las palabras. Construyen realidades y definen personalidades, nos dicen lo que podemos ser y lo que no.

Sigman reflexiona sobre la capacidad del lenguaje para crear estados de ánimos y modificar nuestras emociones, examina la importancia de la conversación, del diálogo interior y los vínculos que existen entre la creatividad y la memoria en un divertido ensayo asequible para todo tipo de lectores.

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